martes, 13 de noviembre de 2018

El dolor de los demás


En la Nochebuena de 1995, el mejor amigo de Miguel Ángel Hernández asesinó a su hermana y se quitó la vida saltando por un barranco. Ocurrió en un pequeño caserío de la huerta de Murcia. Nadie supo nunca el porqué. La investigación se cerró y el crimen quedó para siempre en el olvido. Veinte años después, cuando las heridas parecen haber dejado de sangrar y el duelo se ha consumado, el escritor decide regresar a la huerta y, metiéndose en la piel de un detective, intenta reconstruir aquella noche trágica que marcó el fin de su adolescencia. Pero viajar en el tiempo es siempre alterar el pasado, y la investigación despertará unos fantasmas que creía haber dejado atrás: la infancia marcada por la Iglesia, el pecado y la culpa; la presencia constante de la enfermedad y la muerte; el universo opresivo y cerrado del que un día consiguió salir. Y con ellos emergerá también la experiencia de una nostalgia contradictoria: la memoria de una felicidad velada, el reencuentro con un origen injustamente sepultado.


Tener la historia es el primer paso para cualquier escritor, para cualquier periodista. Es un momento epifánico cuando, como una aparición, se presenta ante el pobre creador la inspiración. ¡Ahí está! ¡Aleluya! El argumento, la respuesta, la luz. Uno, muchas veces, tira de vivencias de otros o se agarra a la imaginación, sin ser consciente de que su próxima novela está delante de sus ojos y de que ha formado parte de su vida desde siempre. Algo así es lo que le ocurrió a Miguel Ángel Hernández, que ahora publica con Anagrama El dolor de los demás, una reconstrucción de un suceso de hace más de veinte años, cuando su mejor amigo se tira por un barranco después de matar violentamente a su hermana. Fue la noche de Navidad cuando el autor, vecino del asesino y casi testigo de los hechos, era un joven tímido, religioso y desubicado en la huerta murciana. Y de repente, detrás de estos recuerdos y muchos años después, brotan todos los impulsos del escritor: la necesidad de contar, de buscar respuestas, de entender los motivos y de observar el dolor de los demás.
            El autor se suma a la tendencia de la autoficción y de la metaliteratura –tan de moda, tan recurrente– y por una razón muy sencilla porque El dolor de los demás no es sólo una historia con cierto regusto detectivesco –el narrador se lleva toda la obra intentando acceder a los detalles de la investigación, a los resultados de las autopsias, a las declaraciones de sus paisanos– sino una reconstrucción de un hecho trágico para hablar de la identidad del autor (¿quién era él de joven?), del peso del ayer en el hoy y de sus orígenes, para ofrecer un auténtico ejercicio de escritura. Porque esta obra no es más que un libro sobre el proceso de escribir sobre un hecho tan cercano, sobre esa magia que es la de transformar un acontecimiento en palabras. Y el lector, mientras espera el resultado –que no es otro que conocer los porqués de ese asesinato, entender qué relación había entre los hermanos para que acabaran así– va entrando sin darse cuenta en el relato de Hernández, en sus pasos como investigador y periodista, en esa historia en la que parece que habla de los demás, pero habla de sí mismo, de su memoria y de profesión de escritor. 
            Sorprende y se agradece que un hecho tan espeluznante –todo lo que eso trajo consigo esté narrado con un tono tan sobrio, tan meditado. No hay lugar para el morbo ni para el amarillismo. La película va por otro sitio, porque no es una novela sobre ese asesinato sino sobre cómo uno asimila un hecho así en su propio entorno. Y ahí está –y eso lo hace muy bien Hernández la palabra, con su poder creador y transformador, con su poder, por qué no, sanador. Porque a veces, sólo poniéndole palabras a las vivencias uno consigue reconciliarse con ellas.
            El dolor de los demás no es un producto común, no es una historia al uso. No es un thriller, no es una novela negra, no es un manual para escribir sobre uno mismo, y a la vez es todo eso. Hernández nos lleva por los caminos espinosos de la creación, de la muerte y la memoria. Y no, los verdaderos protagonistas de esta historia no son el asesino y su hermana asesinada sino el propio autor, que en el proceso de escritura de esta tragedia se enfrenta a sus propios fantasmas y a sus propias pesadillas, a intentar entender cómo ese dolor ha ido fosilizando en él, cómo lo ha transformado. Porque quizás uno nunca llega a entender el sufrimiento de los demás, sólo el propio, el que sigue dentro. Y eso ya es bastante. 

lunes, 12 de noviembre de 2018

Denuncia inmediata


Un joven viaja por el mundo en busca de iluminación; una estudiante de origen indio seduce a un profesor buscando una salida desesperada a la situación de su familia; un poeta fracasado acaba dejándose arrastrar por la tentación del dinero; un sexólogo tiene un perturbador encuentro sexual en una selva remota; un matrimonio que empezó por conveniencia acaba en desastre; un músico que toca el clavicordio se enfrenta a la dificultad de combinar su arte con su condición de esposo y padre y termina perseguido por unos cobradores de morosos; uuna mujer visita a una vieja amiga a la que le están haciendo pruebas para saber si padece alzhéimer y le regala un libro que ambas adoraban en su juventud... Jeffrey Eugenides, que ha demostrado su capacidad para ahondar en la complejidad de las relaciones humanas, continúa su exploración en esta envolvente colección de cuentos. Nos encontramos aquí una vez más con hombres y mujeres que se enfrentan a sus miedos, toman decisiones drásticas y se adentran en territorios desconocidos.


Me dejó en un extraño estado de hipnosis con Las vírgenes suicidas. Después, me noqueó con Middlesex, una novela a la que miro con cierto recelo porque me removió tanto que no podía creer que un libro, un simple libro, tuviera el poder de aturdirme de esta forma. Y ahora, Jeffrey Eugenides vuelve a hacerlo. Preparaos todos, apriétense los cinturones porque Anagrama publica en castellano Denuncia Inmediata, una exquisita recopilación de relatos protagonizados por enamorados, soñadores y trabajadores, todos fracasados, todos incapaces de gestionar su frustración. Y lo avanzo desde ya: este autor ha firmado la que es mi mejor lectura del año. No tengo dudas. Ahora os explico por qué.
            Denuncia inmediata habla de ti y de mí, habla del vecino y del que te mira por encima del hombro en la cola del banco. Estos relatos se nutren de la clase media para hablarnos de esas frustraciones que todos despreciamos, que no podemos creer que tengan algún tipo de lirismo. El autor lo hace. Y ahí tenemos dos ancianas amigas que siguen viviendo de los recuerdos, un hombre en una selva perdida que cree entrever el sentido del universo, una mujer que quiere quedarse embarazada a toda costa (insisto: a toda costa), un hombre que sobrestima su talento y pone en peligro el bienestar de su familia, una denuncia falsa de violación para librarse de un matrimonio concertado, y así, una pasarela de personajes que nos provocan algo intermedio entre la compasión y la repugnancia. Y hay dos columnas sobre las que se levanta este edificio literario, curioso, cuajado de detalles, y son el dinero y el sexo. Sí, esas dos metas parecen democratizarnos a todos, parecen ser el origen de casi todas las frustraciones del hombre.
            Si hay algo que nos deja claro el autor con Denuncia inmediata es que trabaja el cuento con la misma precisión que las novelas. Sus relatos son como semillas que, si se dejaran florecer, podrían convertirse en novelas, en rocambolescas historias. Eugenides pule al milímetro la prosa, trabaja los diálogos con el oído y no se achanta al tratar grandes temas de la humanidad en historias de no más de veinte páginas. El universo, la vejez, la soledad y la maldad. La hipocresía, la excitación sexual, el amor condicional. Denuncia inmediata es, en cierto modo, una especie de homenaje a él y a su literatura porque los relatos ocupan un periodo de treinta años, desde 1988 hasta 2017, aunque no están ordenados de forma cronológica. Comprobamos que hay una constante en su obra: conocer la penumbra del ser humano, sus dobleces y sus laberintos. Y mis títulos favoritos, a ver si coincidimos, son Jeringa de cocina y Denuncia inmediata.
            Denuncia inmediata se parece más a vivir que a leer. ¿Por qué? Por la insólita habilidad del autor para usar la palabra como un arma, para rebelarse, para defenderse, para atacar. Sí, el lector de esta recopilación de cuentos se expone a no salir indemne porque en esas historias está lo que no queremos ver, lo que no queremos ser, lo que no queremos que nos recuerden. Bastante frustración hay ya en el día a día como para que nos lo planten en la cara. Y entre estas páginas hay un mundo y un descubrimiento, y Jeffrey Eugenides es, sin lugar a dudas, un visionario, un genio, como cuando Galileo descubrió que la Tierra era redonda. Aquí, en estos cuentos, conocemos cuál es la verdadera forma del ser humano. 

jueves, 1 de noviembre de 2018

Hotel Graybar


En este debut, Curtis Dawkins, condenado a cadena perpetua por el asesinato de un hombre, retrata la vida de la prisión y sus habitantes. A través de diferentes relatos y narradores, Dawkins revela las idiosincrasias, el tedio y la desesperación de sus compañeros de celda y la lucha de éstos por mantener vivas sus almas a pesar de su situación. También se describen los entresijos de la cárcel: cómo funciona el sistema de trueque, basado en los tatuajes; los juegos de cartas o el tráfico de cigarrillos.


Él es la última sensación en la literatura norteamericana. Los críticos se han rendido de forma casi unánime a su trabajo, sus lectores se cuentan ya por miles y su primer libro de relatos va camino de convertirse en un auténtico fenómeno editorial que traspasa fronteras. ¿Quién es él? Curtis Dawkins cumple condena en una cárcel de Estados Unidos por matar a un hombre durante un atraco, posiblemente mientras estaba bajo los efectos de las drogas. No saldrá nunca de ahí porque la pena que le impuso el juez fue cadena perpetua. Encerrado toda la vida. Sin posibilidad de reducción de condena. Tiene 50 años y lleva preso casi quince. Él dice arrepentirse, confiesa que no pasa ni un solo día sin lamentarse por lo que ocurrió. Está casado, tiene tres hijos y cuenta que su única ilusión es escribir, que siente que ha recuperado algo desde que habla de lo que le rodea. Y de esto vamos a hablar precisamente ahora, de su primer libro, Hotel Graybar, que trae a España la editorial Seix Barral y que no es más que una colección de catorce cuentos, todos con el mismo escenario, el carcelario, donde ofrece, desde una mirada lúcida y original, pequeños retazos de la vida entre rejas. La muerte, el deseo, la amistad. La desazón, la oscuridad y la esperanza. ¿Qué pasa en la cárcel, cómo son los días, a qué se agarra un preso? Dawkins nos lo cuenta.
            Hotel Graybar es el nombre con el que se refieren a la prisión los que se avergüenzan de haber estado allí para hacerle creer a su entorno que están de viaje, que andan fuera de la ciudad durante una temporada. Y como ocurre en un hotel, la cárcel es también un micro universo donde confluye gente de distinto pelaje, donde pasan cosas que no suelen pasar fuera, donde uno entra sabiendo que la vida real es lo que pasa a las afueras, que eso es sólo un paréntesis. Y no hay lugar a dudas de que el gran logro de este libro de relatos es el escenario en el que se desarrollan sus historias. Os lo digo en serio, Dawkins tiene la enorme habilidad de saber crear esos espacios claustrofóbicos, esa atmósfera densa y pestilente, esa poca luz que ilumina las celdas, esa sensación de poca intimidad. Y en este contexto se producen las relaciones entre los presos, se establece la ley del más fuerte. Contados por un narrador que bien podría ser el mismo, nos habla desde dentro de los intentos de suicidios, de las mentiras y las largas charlas en la oscuridad, de los afectos espontáneos, de las llamadas al exterior, de las cenas en el comedor. Tiene cierto espíritu intimista, cierto gusto reflexivo por entender qué les importa a los que acaban entre rejas. 
            Tiene Curtis Dawkins, sin duda, una voz peculiar. Me refiero no sólo a que sabe contar sin morbo y sin caer en los tópicos sobre las cárceles, sino que exhibe una manera novedosa de narrar. Su mundo es diferente y la forma en la que une las palabras, también. El narrador se para en detalles en los que cualquiera pasaría de largo, reproduce escenas en apariencia banales, da los datos justos, los precisos para levantar imágenes. Aun así, es un guía perfecto: caminamos por él por los pasillos y las celdas, y somos capaces de entender su mundo, su necesidad de observarlo todo para sobrevivir, su negativa a sacrificar el humor. Tiene en su forma de contar un toque de ironía, de seguir sintiéndose un pez fuera del agua.
            En esta época en la que el relato está tan denostado, Hotel Graybar nos trae un soplo de aire fresco, irónicamente desde dentro de la cárcel. Sus relatos son duros y tiernos, contundentes y esperanzados, lúcidos y aterradores. Sus escenas, basadas en hechos y personajes reales, según él, aglutinan la esencia humana, pone sobre la mesa los debates antiguos del ser humano. Y bueno, encima con este libro colea el debate moral de si las obras deben ser juzgadas por los actos de sus creadores. ¿Se puede decir que son buenos los relatos de un asesino? Pues posiblemente, sí. Bienvenidos todos al Hotel Graybar. Disfruten de la estancia.

martes, 30 de octubre de 2018

Una televisión con dos cadenas


Este libro no tiene antecedentes en la bibliografía española, por lo que ha de convertirse, sin duda alguna, en un referente obligado para cualquier lector interesado en la historia de la televisión. Hasta este momento no se había abordado de modo sistemático y completo la investigación de la programación y de los programas televisivos en España. Los espectadores que visionaban aquella televisión que empezó a emitir en 1956 y que, recordemos, era la única para toda España, fueron construyendo su imaginario con las imágenes que presentaba su receptor de los avatares de aquellos años. Todo ello pertenece ya a su memoria y su biografía. Las aportaciones que componen este volumen responden a un trabajo de investigación sistemático y riguroso. Con él se rompe también el mito de la falta de fuentes para construir la historia del origen y primer desarrollo de la televisión.


Todos, alguna vez, hemos escuchado a nuestros mayores decir eso de: “en mi época sólo había dos cadenas, la primera y la segunda”. Sí, señores y señoras, hubo un tiempo –casi 35 años– en el que la elección sobre qué programa ver había que hacerla entre dos posibilidades. No teníamos más. Tampoco hace falta irse muy lejos ni tener cien años para acordarse. Yo, por ejemplo, tengo una ligera idea y podría nombrar Falcon Crest, Dinastía, a Jesús Hermida y a los Payasos de la Tele, Un, dos tres, la Bola de Cristal y Verano Azul. Hablo hoy de un libro para nostálgicos, para curiosos y teleadictos, un libro que nos va a contar la Historia reciente de nuestro país, pero a través de la televisión. Es un repaso sociológico a nuestras costumbres y a nuestros gustos, un paseo por nuestra memoria emocional y audiovisual. Me refiero a Una televisión con dos cadenas, publicado por la editorial Cátedra y coordinado por el catedrático en Comunicación Julio Montero Díaz: un exhaustivo estudio –pionero, detallado– sobre la programación en nuestro país. Bienvenidos a esta biografía sobre la caja tonta
            Recordemos que las televisiones privadas, Antena 3 y Telecinco, empezaron a emitir en el año 1990. Antes, todo estaba en manos de las dos cadenas generalistas: 34 años de monopolio absoluto. Este estudio, que suma más de 800 páginas, se divide en tres bloques, que son a la vez tres épocas distintas, tres escenarios políticos diferentes: el Franquismo, la Transición y el Gobierno Socialista. Todo arranca en 1956, cuando sólo los más afortunados tenían televisión. En todo este recorrido, están el NoDo y la censura, Historias para no dormir, Perry Mason, Bonanza, Chicho Ibáñez Serrador, Reina por un día, Un millón para el mejor, los Chiripitifláuticos, Un globo, dos globos, tres globos, Antoñita la Fantástica, Embrujada, Reina por un día. Y más. Mucho más. Ay, el mítico Estudio 1 y las obras de teatro en directo. Es para mí la televisión del Franquismo la parte más interesante de la investigación porque la televisión no tenía como principal objetivo las audiencias sino educar a la población. Vender las virtudes del Régimen. Moralizar. Hacer ciudadanos decentes y dóciles. 
            Ojo: no es un libro únicamente para investigadores o para profesores. ¡Claro que no! Es un estudio para cualquiera que le interese cómo era la televisión y cómo éramos los españoles, es un libro sobre nosotros como país, sobre nuestros gustos televisivos. Se acerca, por la forma en la que está concebido, al estilo académico, pero es contundente, conciso y está trufado de datos, números, fotos y tablas de datos. Una televisión con dos cadenas conmueve y remueve porque apela también a nuestra memoria emocional. Analiza qué recuerda el público, por qué lo hace y cuál fue la repercusión de determinados programas en nuestro país.
            Y durante la lectura, no he podido dejar de sonreír, de recordar, de comentar mis hallazgos con mis abuelos, con los amigos de mis abuelos. Qué delicia de estudio, qué bien que alguien desempolve nuestros recuerdos, los de toda una comunidad. Una televisión con dos cadenas es imprescindible por su novedad –es la primera vez que tenemos un estudio tan exhaustivo sobre la historia de la televisión-, por su accesibilidad y su cercanía porque es otra forma de mirar la segunda mitad del siglo XX. Y a mí la memoria me interesa siempre. En este libro está lo que fuimos –televisivamente hablando- porque fue el germen de lo que somos. No puedo acabar de otra forma sino felicitando a todos los que han participado y, por supuesto, a Cátedra- ¡Qué gran trabajo! 

lunes, 29 de octubre de 2018

Causas naturales


¿Para qué sirve cuidarse si nuestros cuerpos no son de fiar? Ehrenreich desmonta todas las manías que guían nuestros intentos por vivir una vida más larga y saludable, desde la importancia de las revisiones médicas preventivas hasta los conceptos de bienestar y mindfulness, desde las dietas de moda hasta la cultura del fitness. Las células tienen la costumbre de envejecer o volverse cancerígenas, demostrando una y otra vez que nuestros cuerpos tienden a tomar sus propias decisiones, y no siempre las toman a nuestro favor.Nos estamos matando para vivir más tiempo, pero no mejor. Con el cáustico sentido del humor que la caracteriza, Ehrenreich nos ofrece una alternativa: vivir bien, incluso con alegría, aceptando nuestra propia mortalidad.


Parece algo innato al ser humano: la incansable búsqueda de la inmortalidad. El hombre (o mujer) moderno busca robarle años a la muerte con nuevos trucos: la buena alimentación, el deporte regular, los pensamientos alegres. O lo que es lo mismo: comiendo poco, machacándose mucho y sonriendo siempre. Y así, nos vamos sintiendo un poco más eternos. Toda esta tendencia tiene una parte muy retorcida (y no lo digo yo): si alguien muere con menos de setenta años, los demás piensan que él se lo ha podido buscar, que seguramente haya sido culpa suya porque no siguió las normas para garantizarse una vida más larga. El tabaco, el alcohol, la mala comida o el estrés. Y fíjense, ésta es una de las premisas sobre las que se construye Causas naturales, cómo nos matamos por vivir más, un ensayo de la estimulante y siempre polémica Barbara Ehrenreich, que llega publicado por la exquisita editorial Turner y que viene a plantarnos ante nuestras narices esta obsesión por ganarle la batalla al tiempo. Sus reflexiones no tienen desperdicio.
            Algunos recordarán a la autora por su libro Sonríe o muere, en el que le ponía los puntos sobre las íes al pensamiento positivo, a esa alegría forzada y diaria que todos teníamos que sentir y que exhibir para tener una vida plena. Sí, Ehrenreich se desmarcó de esa tendencia global porque se había cansado de pertenecer a una sociedad en la que había que estar alegre a todas horas, en la que la tristeza parecía una decisión personal, el síntoma de un fracasado, de alguien que no iba a llegar a nada. Ahora vuelve para zarandear con las dos manos el panorama médico. Esta mujer, que dejó de hacerse chequeos rutinarios como forma de rebelión ante la industria farmacéutica y el capitalismo médico, intenta poner un poco de cordura en esta obsesión contemporánea por la juventud, la salud, el cuerpo. A la autora le sorprende que cuando alguien pobre muere joven los demás siempre preguntan: “¿Bebía? ¿Fumaba?”. Dice que lo que hacen es culpabilizarlo, responsabilizarlo de no haber conseguido que su vida fuera más larga.
            El mensaje que subyace en el texto durante todo el ensayo es que muchos de nosotros nos hemos olvidado de vivir mientras nos obsesionamos con alargar nuestras vidas. Hay gente, recuerda Enhenreich, que se priva de muchas cosas satisfactorias sólo por asegurarse más tiempo de existencia. La autora, que confiesa, por ejemplo, que come pan con mantequilla cada mañana, lo cuenta todo con un halo de ironía, pero sin olvidar la parte científica, los datos. Las evidencias. Su estilo es serio y claro, contundente, como sus propuestas. Y sobre todo, lo expone todo con una lucidez indiscutible. En un mundo tan cambiante como el nuestro, dice ella, el ser humano necesita sentir el control sobre algo y ha elegido su propio cuerpo, por eso se obsesiona por él. Y todo esto viene porque no asumimos nuestra mortalidad, no hablamos de lo único seguro de la vida: la muerte.
            Si hay algo que le agradeceré siempre a cualquier interlocutor (ya sea un escritor, un panadero o un pasajero de cualquier autobús) es que sea estimulante, que me saque de mi zona de confort y que me proponga nuevos retos, nuevos debates intelectuales. Barbara Enhenreich lo hace con Causas naturales, un ensayo valiente y novedoso, un bofetón a nuestra obsesiva preocupación por vivir más, aunque no sea mejor. Y no se calla nada: aquí están sus opiniones sobre el yoga, el reiki o el mindfulness, sobre las cremas antiarrugas o sobre los gimnasios, porque, como lanza la autora, ¿esto es sólo una ideología o hemos caído en una trampa del capitalismo y somos víctimas de un negocio globalizado, el de intentar mantenernos siempre jóvenes y sanos? Lean, piensen y después tomen sus propias decisiones. 

martes, 23 de octubre de 2018

Filek


La famélica España de 1939 estuvo a punto de convertirse en la principal potencia exportadora de petróleo. Eso al menos es lo que Franco creía entonces y lo que pronto la prensa del régimen se encargaría de pregonar a los cuatro vientos. Un químico austriaco llamado Albert von Filek, inventor de un combustible sintético que mezclaba extractos vegetales con agua del río Jarama, había puesto su fórmula secreta al servicio del engrandecimiento de la nueva España después de rechazar generosísimas ofertas de las grandes compañías petroleras. Protegido y adulado por el régimen, Filek gozó de la estima de sus más altas personalidades hasta que un simple análisis químico desveló el engaño y provocó su ingreso en prisión.

Imaginaos la historia: un austriaco con ínfulas de visionario dice que es capaz de convertir el agua en gasolina. Sí, así de fácil. ¿Cómo? Añadiéndole unas hierbas. Lo que a todos nos pudiera parecer una sopa o un puré convenció a Franco y a sus colaboradores, que le dieron un puñado de millones de pesetas, expropiaron un solar enorme para que levantara ahí su fábrica y lo publicitaron en todos los medios de comunicación de la época. El dictador se frotaba las manos porque pensaba que había encontrado la gallina de los huevos de oro, un nuevo combustible. Ese extraño líquido que, evidentemente, nunca funcionó se bautizó como Filek, igual que el apellido de su inventor. Y así se llama la última creación de Ignacio Martínez de Pisón, una novela publicada por Seix Barral en la que narra la llegada de este impostor a España, sus tretas para llamar la atención de la cúpula del poder y su posterior caída en desgracia. 
             Filek no es ficción o, al menos, no como la entendemos nosotros. Me refiero a que lo que se narra forma parte de la Historia de nuestro país –hicieron falta tres años de investigación para armar este libro- y además, el autor se encarga de escribirlo como un reportaje periodístico (largo), trufado de datos, nombres y documentos, como una especie de experimento metaliterario donde va compartiendo con los lectores no sólo sus descubrimientos sino también su fascinación por este hombre que consiguió engañar a todo un país con una historia que no tenía ni pies ni cabeza. Martínez de Pisón se ciñe a la información que tiene y cuando conjetura o imagina, lo deja claro. Y además, no imagina diálogo ni introduce digresiones imaginarias. El susodicho se llamaba Albert von Filek. Detrás, como imaginaréis, del protagonista había un seductor, un embaucador, un estafador profesional que había dejado un reguero de damnificados, incluidas un montón de noches de hotel sin pagar y hasta a una mujer casi en el altar. Él no tenía vergüenza ni remordimientos. Era un buscavidas, un pícaro, un hombre predestinado siempre al engaño. Además, fíjense, todas las mentiras se desarrollan en una época especialmente complicada donde señalarse, en uno y otro bando, podría significar la vida o la muerte.
             Ignacio Martínez Pisón apuesta en Filek por la naturalidad. Se nota en el estilo y en el tono de la narración, que da la sensación de ser una confesión donde se limitan al mínimo las florituras narrativas. Todo es claro, directo, conciso. Todo es serio. La historia, es curioso, empieza casi como una comedia de enredos con uno de esos personajes que sólo sabe meterse en líos y termina convertida casi en una tragedia cuando lo encarcelan en una de esas prisiones republicanas durante la Guerra Civil. Sobrevive, primero, por el caos burocrático y después porque Franco tampoco quería airear que había sido engañado.
            Filek se lee con agrado, con curiosidad y hasta con cierta sorpresa. En esta novela de no ficción –ojo a este género al que muchos se están sumando- confluyen dos grandes aciertos: un protagonista que es un estafador de medio pelo, pero al que le suerte parecía acompañar, y un narrador solvente –solventísimo- que sabe subrayar lo mejor, que contagia el entusiasmo por este personaje. Sí, esta es la Historia del hombre que engañó a Franco, porque las pequeñas anécdotas también retratan una época.

miércoles, 17 de octubre de 2018

La gente en los árboles


Todo comienza a mediados de los años cincuenta cuando Norton Perina, un joven médico, se une a una expedición a la Micronesia en busca de una tribu perdida, sin saber que la jungla atrapa y te cambia, porque ahí, donde nadie nos ve, podemos por fin mirarnos en nuestro peor espejo. En 1995 ese mismo hombre ingresa en prisión después de haber sido acusado de abuso sexual por uno de sus cincuenta hijos adoptivos. Los lazos con su familia se rompen, sus amistades desaparecen y la comunidad científica le da la espalda. Desesperado, abandonado por la sociedad, Norton escribe sus memorias desde la soledad de su celda para probar su inocencia y tratar de recuperar aquella parte de sí mismo que se quedó prendida en la isla salvaje. La gente en los árboles nos convierte en confidentes de una mente brillante y nos atrapa en un festín de palabras que pueden ser verdad o mentira.


La conoceréis porque dejó un batallón de lectores destrozados, abrazados a su primera novela, con un hipido en el pecho y la convicción de que aquello, justamente aquello, era la experiencia de la lectura, algo arrebatador, casi mágico. ¡Ése era el poder de la palabra! Ahora hablo por mí cuando digo que pocas veces había sentido esa desazón, esa zozobra en el ánimo tras leer las últimas líneas de un libro. ¡Qué emoción tan maravillosa! Me refiero a Tan poca vida, publicado por Lumen y convertido en una radiografía dolorosísima de las relaciones humanas, de los miedos y las trincheras, del amor. Ése es ya un título de referencia, uno de los pocos que volveré a leer tarde o temprano. Su autora, Hanya Yanagihara, se ha convertido ya en un nombre respetado de las letras modernas y vuelve a ser Lumen la que recupera su primera novela, La gente en los árboles, para hablarnos de un premio Nobel, un científico reputado y admirado, que repasa desde la cárcel su vida después de haber sido acusado de abuso sexual por parte de uno de sus hijos adoptados.
             La historia –o lo que puedo adelantar de ella– es la siguiente: Norton Perina es un científico lúcido y valiente, ganador del Nobel, que descubre en uno de sus muchos viajes a unas islas perdidas de la Micronesia una especie de la garantía para la inmortalidad. Él descubre que las tribus de la zona basan su alimentación en una tortuga autóctona que, al parecer, alarga la vida y que llega a convertirse en un símbolo, casi en un ser mitológico. Él no sólo vuelve a Occidente con su descubrimiento bajo el brazo y la admiración de la comunidad científica sino con varios (muchos) hijos que ha ido adoptando en estas tribus para procurarles una educación, un futuro nuevo. La historia nos la relata, con todo lujo de detalles, el propio protagonista, por lo que vamos a conocer su versión. Tendremos que ponernos en las manos de un narrador poco fiable y confiar en él, a pesar de que podemos intuir que es un gran manipulador. La novela, y os lo advierto desde ya, tiene algunos pasajes que no son fáciles o cómodos (los que la habéis leído me entenderéis), porque obliga al lector a salirse de su zona de confort.
             Ya apuntaba maneras la autora. Su estilo vuelve a ser preciso y preciosista, casi envolvente, como una tela de araña en la que las palabras y su musicalidad tienen un peso importantísimo. La trama avanza lenta pero segura, recreándose en los ambientes y en los detalles, alargándole la mano al autor. Tiene un no sé qué en la forma de narrar que atrapa y desconcierta, que emboba e inquieta. Quizás ése sea el logro de Yanagihara. Sorprende también su temeridad a la hora de abordar ciertos temas de mucho calado: la inmortalidad, el prestigio, el sexo, la dominación y la conquista, y todo sin juzgarlo, sin destilar moralina. La novela tiene un ramalazo antropológico fascinante porque nos obliga a mirar a los ojos a otros humanos con otros rituales y otras creencias. Nos obliga a despojarnos de prejuicios.
            La gente en los árboles y los lectores también en los árboles o donde el narrador nos lleve. Es fácil dejarse arrastrar por la pluma de Yanagihara, algo así como andar con los ojos cerrados pero dándole la mano a alguien en quien confías. Esta novela tiene algunos de los logros narrativos que yo más aplaudo: es una historia estimulante, una prosa cuidada y contundente y una trama que nos hace posicionarnos frente a los temas más controvertidos de la vida. La gente en los árboles y los lectores, con libros así, en las nubes. 

domingo, 14 de octubre de 2018

Infiltrada


Han pasado casi dos décadas desde que Soo-min desapareció en una playa de Corea del Sur. El informe oficial afirma que murió ahogada junto a su novio, pero Jenna, su hermana gemela, siempre se ha negado a admitir esa versión de los hechos. En todos estos años, el errático e impenetrable régimen de Kim Jong-il ha intensificado su política de intimidación al vecino del sur, y por extensión a todo Occidente, mientras se confirman los indicios de que su programa nuclear avanza a un ritmo peligrosamente rápido. Debido a sus conocimientos de geopolítica, a su dominio del idioma y a los rasgos físicos heredados de su madre coreana, Jenna es escogida para unirse a los grupos de expertos en asuntos norcoreanos reclutados por el gobierno estadounidense con el propósito de hacer frente a la amenaza. Servir a su país y al mismo tiempo indagar en la verdadera historia de la desaparición de su hermana es una oportunidad que Jenna no puede dejar escapar. Convertida en una agente encubierta e infiltrada en Corea del Norte, está dispuesta a poner en riesgo su vida para recuperar a Soo-min y así cauterizar las heridas que le impiden llevar una existencia plena.


Era cuestión de tiempo que alguien escribiera esta novela. Un thriller. Una historia de suspense, de acción. Casi una distopía. Un mundo raro y a la vez posible. Una sociedad inimaginable y a la vez cercana. Lo nuevo, lo carismático, lo sorprende no está en ninguna de las decisiones propiamente narrativas sino en el escenario elegido: Corea del Norte. Sí, la mismísima Corea del Norte. Con semejante paisaje, uno ya se predispone a un nivel altísimo de desasosiego, de inquietud. Lo que cuenta es ficción, pero está pasando. Infiltrada es una de las últimas apuestas de la editorial Salamandra, del autor D.B. John, y en la que se narra la historia de una joven surcoreana –lista, valiente y traumatizada- a la que proponen infiltrarse en Corea del Norte para investigar ciertas políticas del gobierno. Y de paso, intentará descubrir por qué su hermana desapareció misteriosamente en una playa veinte años antes, cuando era adolescente. 
           No hay nada que dé más miedo que lo real, que lo posible. Es por eso que Infiltrada se lee con avidez, con una angustia constante metida en el pecho porque el lector tiene la sensación de estar colándose de puntillas en un sitio prohibido. Y así es. Nunca antes habíamos tenido tanta información sobre Corea del Norte. Uno, a medida que avanza la historia, conoce la opresión, el hambre y el miedo de los habitantes del país, y sobre todo, descubre lo que no se puede contar. Conocemos a la señora Moon, que retrata a las capas más bajas, ésas que mueren de hambre, que están continuamente vigiladas y expuestas a cientos de castigos. Tenemos a los militares, los que sirven a la familia del dictador –no voy a decir su nombre por si hay espías también por aquí, y sobre todo, tenemos bases secretas, operaciones especiales, los delitos que pasan de generación en generación y hasta campos de trabajo forzados. Es, sin duda, el gran acierto del autor, la elección de Corea del Norte y su tratamiento, como si fuera un personaje más, como si realmente tuviéramos ante nuestras narices el enemigo. El autor cuenta que todo está basado en su “espantosa” experiencia en ese país. 
           La sombra de Corea del Norte es alargada. Aunque el estilo y los personajes siguen los parámetros del género, lo que le da a esta novela un elemento novedoso y absolutamente revelador es el escenario. Aun así, y como adelantaba antes, los personajes están bien trazados, son creíbles y tienen motivaciones coherentes, el estilo está cuidado –quizás muy por encima de los libros del género- y está muy bien estructurada: los capítulos son sólidos y terminan siempre en alto. Se nota a leguas que no es obra de un principiante. Además, el suspense está dosificado con criterio y la ambientación se sostiene.  
            El equipo de Salamandra ha dado en el clavo a la hora de promocionar la novela: en efecto, es una apuesta original y, además, tiene un plus de angustia porque sabemos (con cuentagotas) que situaciones parecidas están ocurriendo al otro lado del mundo. ¡Están ocurriendo! Infiltrada se lee con ansia, como una buena novela de suspense, y también con la curiosidad del que se enfrenta a un ensayo sobre cómo se vive en Corea del Norte. Sí, respiren hondo. Esta novela es como dejarte encerrado en una sala sin ventanas. Falta el aire. No hay luz y de nada sirve gritar. Prepárense para sentir la claustrofobia. No hacen falta fantasmas, zombies o asesinos en serie para temblar de miedo. El terror está, a veces, más cerca de lo que nos creemos. ¡Bienvenidos a Corea del Norte 

martes, 31 de julio de 2018

Entrevista a Juanjo Grau


Entrevista a Juanjo Grau

Hola, Juanjo. Me gustaría agradecerte que contestes estas preguntas para este espacio. Es un placer para mí poder contar con tu talento en este blog.

1— ¿Quién es Juanjo Grau?
Empezamos fuerte, ¿eh? ¿Llega uno a conocerse realmente? Te puedo contar lo que sé, que no sé si se corresponde con la realidad que otros perciban.
Nací hace cuarenta y ocho años en Valencia, me crie en Mallorca y volví a Valencia a terminar mis estudios universitarios (soy licenciado en ciencias biológicas). Pero ya desde adolescente estaba infectado por el virus del teatro, así que fue terminar la carrera y lanzarme de lleno a la vida farandulera, en la que estoy desde entonces, acompañado de Anabel, mi pareja desde esa época. Juntos y por separado hemos hecho casi de todo en este oficio: Teatro, café teatro, teatro de calle, animación, cortometrajes, algo (poco) de cine y TV y, sobre todo, teatro infantil y payasos. Yo, además, también hago magia.
Hace algunos años ella se lanzó a las aguas de la literatura, convirtiéndose pronto en una novelista reconocida. De ella fue la descabellada idea de que yo también podía escribir una novela. Y, mira por dónde, una vez más, ella tenía razón, demostrando conocerme mejor que yo mismo. Aunque si fui capaz de llegar hasta el final es porque me sometí al estricto plan de trabajo que planificó ella para mí.

2— Cuéntanos qué podemos encontrar en Llámame Berta.
LLÁMAME BERTA es una novela negra que indaga en algunos aspectos oscuros, crudos y brutales del ser humano. Narra la historia de una venganza a lo largo del tiempo.
Por un lado está la historia de dos hermanos adolescentes que, a mediados de los años noventa, son apostados por su padre, alcohólico y ludópata, en una timba clandestina y viven un infierno marcado por el sexo, los abusos y la crueldad.
Por otro lado, en el presente seguimos la historia de la inspectora Pascal que se ve involucrada en la investigación de una serie de crímenes que afectan muy de cerca a su familia y que suponen el regreso de los fantasmas de su pasado, que ella creía definitivamente enterrados, y que vuelven para ajustar las cuentas que quedaron pendientes.
Es un thriller con mucha acción, suspense y sorpresas. Espero no solo que guste a los lectores, sino que les emocione y les remueva cosas por dentro.

3— ¿Qué novelas han marcado tu recorrido literario?
Bueno, hablar de recorrido literario cuando acabo de empezar en esto me parece un poco fuerte. Pero si lo que me preguntas es por cuáles son mis libros o autores favoritos, podemos ir por ahí.
Soy un lector muy disperso y caótico, con intereses muy variados. Me gusta la ciencia ficción, también, aunque algo menos, el género negro, especialmente los clásicos, también la no ficción y el ensayo, divulgación científica principalmente, aunque también me ha dado por ensayos sobre movimientos sociales y, últimamente, feminismo. Y, por supuesto, los comics son una de mis grandes pasiones.
En cuanto a autores, va por épocas o rachas, pero citaría a Terry Pratchett, Stanislav Lem, Alan Moore, Will Eisner, Garth Ennis, Mark Millar, Naoki Urasawa, Akira Toriyama, Carlos Giménez, Manuel Vázquez, Quino,… ¡Uf! Vamos a parar, porque si sigo te colapso el blog.
En estos momentos estoy enfrascado en la tercera parte de la saga Nacidos de la Bruma de Brandon Sanderson, El héroe de las Eras.

4— ¿Qué novelas, cómics han influenciado en Llámame Berta?
Esta novela parte de una idea inicial de Anabel que fuimos desarrollando juntos y que tuvo que aparcar por culpa de otros proyectos. En ese momento fue cuando ella sugirió que podía escribirlo yo. Ya en esa primera fase, la idea me evocó algunas obras, concretamente dos comics: MONSTER, de Naoki Urasawa, por la relación de los dos hermanos ante unas circunstancias terribles, y  BLACK KISS, de Howard Chaykin, sobre todo acerca del secreto que rodea a uno de los personajes.
Por supuesto, no pude quitarme de la cabeza CUERVO NEGRO, de Anabel Botella. Aunque mi implicación en aquella fue mucho menor, también participé en su corrección y con algunas sugerencias. De acuerdo con Anabel, busqué que esta tuviera un tono similar.
5― ¿Cómo definirías a tus personajes?
Ante todo son unos supervivientes.
 
6― ¿Tienes alguna manía a la hora de escribir?
Aún no he desarrollado el oficio suficiente como para tener manías propias. Durante este proceso, mi principal objetivo era evitar al máximo cualquier elemento que pudiera distraerme. Soy muy disperso y tiendo a distraerme con facilidad. Ya en mis años universitarios, en época de exámenes, me las veía y me las deseaba para maximizar mi productividad en el tiempo del que disponía. Ha sido un poco como regresar a aquellos años.

7― ¿En qué proyectos estás embarcado ahora mismo? ¿Vas a tocar otro tema o seguirás con literatura negra o por el contrario nos regalarás una novela de terror?
No tenía previsto desarrollar una trayectoria literaria. Esto nació como algo excepcional, aunque una vez te pones… Sí que me gustaría probar con otros estilos y géneros. Tal vez relatos o novela corta. Y, desde luego, sí que había pensado en explorar el terror. Pero, bueno, ya se irá viendo.
No quiero abandonar mi auténtica y real vocación, la interpretación, aunque en ese campo dependes de muchos factores que escapan a tu control y eso te provee de mucho tiempo que puede utilizarse, entre otras cosas, para escribir.

8― ¿Ves esta novela en la gran pantalla o en una serie de televisión?
Por supuesto. Y ojalá alguna avispada productora se dé cuenta. Cuanto antes, mejor. Incluso si llegara a concretarse algo, espero poder participar como actor.

 9― Un motivo para comprar Llámame Berta.
Pues porque está muy bien. Va a gustar, inquietar y hacer pasar un buen mal rato. O eso espero. En ello he puesto muchas energías.


5 preguntas cortas:
—¿Qué libro relees de vez en cuando?
No soy de releer, aunque tengo ganas de volver a leer de un tirón, cuando esté completa, toda la serie de Canción de Hielo y Fuego, de George R. R. Martin. Y sí que vuelvo de vez en cuando a Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons. Me impuse hace tiempo leerlo por lo menos una vez al año.

—¿Qué libro no has leído ni tienes ganas?
Le he dado un par de oportunidades a El nombre del viento, de Patrick Rothfuss, pero creo que ha llegado el momento de claudicar. No he podido con él.
Tampoco creo que lleguen a darse las condiciones para que tenga entre mis manos nada de César Vidal o Pío Moa.

—Una frase que te defina.
No recuerdo ahora ninguna cita célebre en esa línea, pero para mí, la risa, el humor y la comedia son lo único en la vida que merece la pena ser tomado en serio.

—¿Qué no soportas de ti?
He madurado lo suficiente como para aceptarme tal cual. No diría que no lo soporto, pero me gustaría poder librarme del hábito de morderme las uñas y las cutículas. No tanto por las molestias que me provocan, en forma de heriditas, que también, sino porque a Anabel le saca de quicio. Y detesto la idea de hacerle sufrir de cualquier manera.

—Una comida.
El cocido de Anabel. Se me queda cara de tonto cuando lo como. Seguido muy de cerca por mi Arròs al forn.



Juanjo ya ha llegado a los 100 seguidores en su página de Facebook. Para celebrarlo va a sortear un ejemplar firmado de "Llámame Berta".
Es solo para residentes en España, pero si se llega a los 500 sortearé dos ejemplares y el sorteo será internacional.

Para entrar en el SORTEO:

-Tienes que ser seguidor de su página de Facebook

-Deja un comentario en la entrada de la publicación de su página de autor en Facebook diciendo que Participas. https://m.facebook.com/JuanjoGrauEscritor/
-Etiqueta a dos amigos.
-Sube una foto de la compra del eBook.
-Si lo has adquirido mediante Kindle unlimited sube una foto que acredite que has leído más de la mitad.

Tienes hasta el 12 de agosto para participar.
Mucha suerte a todos.
Si os gusta la novela negra dadle una oportunidad porque estoy segura de que os va a sorprender.

Podéis adquirirlo AQUÍ

jueves, 26 de julio de 2018

Llámame Berta, de Juanjo Grau

Hola a todos. Hace mucho tiempo que no me pasaba por aquí. Hoy vengo con una noticia que me hace especial ilusión. Juanjo Grau, para quienes no lo sepáis es mi pareja, acaba de publicar su primera novela. Es de género negro y se titula: Llámame Berta

Puede que no sea objetiva con esta novela, pero os aseguro de que vale la pena leerla. 



Os dejo la sinopsis: 

Todos podemos tener un asesino en nuestro interior. Para que se manifieste basta solo un momento, un clic provocado por las circunstancias o la casualidad.

A mediados de los noventa, dos hermanos adolescentes, Álex y Tony, son apostados en una timba clandestina por su padre, un alcohólico ludópata. Uno de ellos queda a merced de Yuri, un excéntrico multimillonario ruso con una perversa obsesión por un antiguo amor de juventud que se llamaba Berta. El otro pasará un terrible periplo en un exclusivo prostíbulo hasta que Yuri lo consiga para su particular y depravado harén.

En la actualidad, la inspectora Pascal se reencontrará con los fantasmas de su pasado y tendrá que enfrentarse a ellos para evitar que acaben con todo cuanto ama cuando se vea involucrada en la investigación de un crimen que afecta a alguien muy próximo a su familia.

Cuando creía haber dejado el infierno atrás y rehecho su vida, el pasado de Pascal se empeña en regresar en una espiral de crímenes para ajustar las cuentas que quedaron pendientes.

Enlace de compra: Llámame Berta


Si tenéis el Kindle Unlimited podéis leerla gratis. 

La portada es de Pepe Ayuso. 

martes, 24 de julio de 2018

Laëtitia o el fin de los hombres


Laëtitia Perrais tenía dieciocho años cuando fue violada, asesinada y descuartizada la noche del 18 de enero de 2011. Dos días después, la policía detuvo al asesino, pero este se negó a confesar dónde había escondido el cadáver, que tardó semanas en aparecer. El crimen llegó a los periódicos y conmocionó a Francia. De ahí saltó a la política, y el entonces presidente Nicolas Sarkozy, en un gesto de oportunismo populista, apuntó hacia los jueces y las fisuras del sistema judicial, porque el asesino acumulaba un largo historial de detenciones previas. Recomponiendo las piezas del puzle, este libro desgarrador aborda el macabro crimen, la reacción política, social y judicial, la personalidad del asesino y la investigación policial, pero sobre todo reconstruye la historia de la chica asesinada a través de sus mensajes en las redes sociales, del testimonio de su hermana gemela y del entorno en el que vivió. Y aparece la figura de alguien que llevaba mucho tiempo padeciendo la violencia masculina: hija de un padre que abusaba de su mujer, adoptada por una familia cuyo progenitor violó a varias chicas, incluida su hermana, Laëtitia ya era, mucho antes de saltar a los titulares de los periódicos, una víctima. 

Hay libros que llegan a las librerías en el momento adecuado, perfecto. Hay libros que parecen el resultado de un momento concreto y de un sentir general y que, además, consiguen hacerse un hueco en esta sociedad ruidosa y plantear un debate lúcido, furioso. Hay libros que deberían existir sólo porque nos hacen mejores personas, más conscientes de las injusticias que nos rodean, más sensibles al dolor de los otros. Y sí, hay libros que deberían estar en todas partes, que deberían ser leídos por muchos (o por todos) porque nos cuentan en qué nos estamos convirtiendo. Hablo de Laëtitia o el fin de los hombres, de Ivan Jablonka, publicado por la exquisita editorial Anagrama y donde se narra, con herramientas periodísticas, sociológicas y literarias, la violación y asesinato de una joven, Laëtitia, de 18 años, en una pequeña localidad francesa. El caso no sólo conmocionó a la opinión pública sino que provocó hasta la misma intervención de Sarkozy, que culpó a los jueces por haber dejado en libertad a un joven, el asesino, con un larguísimo currículum de detenciones previas. Y lo más importante es que obligó a una sociedad del primer mundo a mirar a la cara a una lacra mortal: la violencia masculina.
           Esta novela puede oler a A sangre fría, de Truman Capote, y a otros ejercicios literarios –cercanos a la crónica de sucesos- que se entremezclan con la literatura. No es gratuito. El autor lo hace de forma consciente para conseguir su objetivo: construir una historia (un cuento) que nos permita conocer a una víctima (un personaje), de la que sabemos que nació en una familia complicada, que es dada en adopción junto a su hermana gemela a un hombre que había violado a varias chicas. El recorrido vital de esta joven, cuajado de penurias, soledades y desapegos, forma el esqueleto de este reportaje novelado o de esta novela periodística donde lo importante es la víctima, las circunstancias que la llevan a convertirse en una joven vulnerable y con importantes carencias afectivas, derrotada siempre por un monstruo feroz: la violencia masculina, la agresividad y el abuso que nace de ellos y que las mata a ellas. Y sí, a través de la pobre Laëtitia, entendemos la sociedad francesa actual, que bien podría ser la nuestra, entendemos unos patrones de conducta que parecen normalizados y nos echamos las manos a la cabeza por las pocas posibilidades de escapatoria que tiene alguien con el pasado de la víctima. Y en un tiempo en el que se ensalza a los verdugos, el autor nos enseña (nos facilita, nos invita) a empatizar con la víctima, a mostrárnosla para que sea ella la que reciba nuestra admiración, nuestra ternura y nuestra comprensión
            Laëtitia o el fin de los hombres no es sólo –ni por asomo- un exhaustivo trabajo de investigación, documentación o reflexión sino un ejercicio literario de primer orden. La historia está contada con pulso, con ritmo y con corazón; las palabras parecen al servicio de un bien mayor: el de concienciar a los lectores, el de darle algún tipo de justicia poética a la víctima. La información se va mostrando a lo largo de todo el libro porque el autor ha hecho un concienzudo trabajo de recopilación –hay desde entrevistas a mensajes por internet-, pero su virtud como escritor es que sabe exponer las cosas, sabe dar los datos y sabe invitar al lector a que forme sus propias conclusiones. La prosa es depurada, limpia y precisa y se estructura en capítulos cortos en los que no se sigue una línea cronológica sino que sólo se intenta que entendamos que Laëtitia no fue una joven con mala suerte en un momento concreto de su vida, sino que vivió asediada por el machismo, por la violencia machista, desde niña.
            Sí, hay libros que saben contar el dolor y la impotencia, hay libros que salvan porque gritan y porque nos escandalizan. Laëtitia y el fin de los hombres es la historia de una pobre joven violada y asesinada, pero es también una reflexión sobre la sociedad que estamos construyendo –sobre lo que somos y lo que consentimos-, sobre la masculinidad y la pobreza, sobre un sistema que hace aguas, sobre gente que parece que nace para sufrir. Esta novela es un ejercicio periodístico-literario de altura, porque sólo los grandes autores son capaz de hacer esto: de conmover, de hacer llorar. Y de hacernos mejores personas. ¿Para qué, si no es para esto, sirve la literatura?

                                                                                                               Daniel Blanco



domingo, 22 de julio de 2018

Un rey de quién sabe dónde


Trece escenas y cinco personajes le sirven a Ariel Abadi para poner en pie una historia que habla de manera hilarante y a la vez profunda de la lucha por el poder. Los niños entienden, los padres entienden y hasta el gato entiende lo que ahí sucede.


¿Cuántas palabras hacen falta para contar una historia? Pues ya os lo digo yo: pocas, poquísimas, casi ninguna. No más de setenta. Y si no se lo creen, aquí tienen la prueba: Un rey de quién sabe dónde, un álbum ilustrado, creado por Ariel Abadi y publicado por la nueva e interesantísima editorial A fin de cuentos y en el que nos hace una curiosa reflexión sobre el poder y la lucha por conseguirlo, sobre la necesidad de tener y conquistar y sobre las consecuencias de esta competitividad.
            Os cuento. El argumento sería algo así como una historia sobre varios reyes que se enfrentan para ampliar sus dominios y para quedarse con los tesoros del otro… Y hasta ahí puedo contar. Este álbum ilustrado, con cuarenta páginas, es especial (y estimulante) por varios motivos: es capaz de contar una historia sin ningún verbo, es decir, entendemos gracias a los personajes y a los dibujos el devenir de los acontecimientos. La narración está reducida a lo mínimo, a lo telegráfico, y es parte de su encanto porque es todo tan esquemático que el propio lector puede dar rienda a su imaginación. No se lo van a creer: hay 65 palabras e insisto: ningún verbo. En segundo lugar, y uno de los aspectos que más me fascinan de Un rey de quién sabe dónde es que aborda desde una aparente infantilidad un tema de tanto calado como es el poder, las ganas de tener más y las desastrosas consecuencias que eso puede acarrear. Me explico: no es sólo un álbum para niños sino también para adultos; la historia se adapta a la mirada y a las necesidades del lector. Y por último, me parece un gran acierto esta esquematización de la narración porque permite contar una y otra vez este cuento dándole diferentes matices, buscándole diferentes tramas.
            Hablemos de las ilustraciones –también de Ariel Abadi–, parte indispensable de esta historia porque son los que le dan una dimensión nueva al texto. Dibujados con una calidad indiscutible, aportan el humor, la ironía, la gracia, y sirven de contrapeso a la parte escrita. Y además, tienen la virtud de acompasarse a la perfección por las palabras. El autor sabe condensar una historia en trece escenas, pero sobre todo sabe dibujar, sabe ofrecernos unas imágenes con unos trazos muy precisos, con un uso del color muy armoniosos y con cierto acercamiento a la caricatura. Funcionan muy bien.
            Un rey de quién sabe dónde es un colorido diálogo con el lector, da igual la edad, dan igual los conocimientos del lector. Este álbum ilustrado es apasionante y está tan resumido que es doblemente estimulante. No se dejen engañar por la brevedad porque ahí, en ese puñado de palabras y en esas ilustraciones, está posiblemente la historia de la Humanidad, nuestra historia como sociedad. Sólo les diré una cosa: ya he perdido la cuenta de las veces que me lo he leído o que le he inventado otra historia a los dibujos.

                                                                                                                        Daniel Blanco 

Grandes enigmas y misterios de la Historia


Carlos Taranilla de la Varga nos sorprende con esta obra donde se recogen los grandes enigmas y misterios de la Historia que desde tiempos ancestrales, hasta la época contemporánea, han despertado el interés en nuestro imaginario colectivo. Desde los grandes enigmas que encierran los textos bíblicos, como el Arca de Noé, la torre de Babel, el Arca de la Alianza, las tinieblas del Gólgota o la numerología bíblica, hasta las muertes más desconcertantes como la de Tutankhamón, Nefertiti o Julio César hasta las de los Kennedy, Marilyn Monroe o Bruce Lee, de las que en la actualidad siguen vertiéndose regueros de tinta, con las más increíbles teorías sobre sus trágicos finales. Un libro ameno y riguroso que se adentra en grandes hallazgos arqueológicos, sorprendentes enigmas escondidos tras obras de arte como las colosales cabezas olmecas, el cadáver acéfalo de Goya, La Pesadilla de Füssli o los lugares más intrigantes como los de la leyenda del laberinto de Cnossos, la gran pirámide de Keóps, las estatuas de la isla de Pascua o el triángulo de las Bermudas. Un recorrido extenso y detallado por todos los acontecimientos, lugares y personajes que han mantenido en vilo a la humanidad a lo largo de la Historia.


¿Qué sería de nuestra vida sin misterios? ¿Qué estímulos nos quedarían si lo entendiéramos todo, si lo comprendiéramos todo, si no hubiera lagunas para el conocimiento humano? Pues sí, qué aburrimiento, qué sosería. Para recordarnos que el mundo está lleno de sombras, para contagiarnos de ese cosquilleo que nos entra en el estómago cuando no somos capaces de encontrar una respuesta lógica a algo, llega este libro, que resume todo su contenido en el título: Grandes enigmas y misterios de la Historia, publicado por Almuzara y escrito por Carlos Taranilla de la Varga en el que, y no voy a desvelar nada nuevo, se hace un recorrido por las personas, los hechos y los lugares con más secretos de la historia de la humanidad. Y si usted, como yo, tiene alma de cotilla, siga leyendo, porque vamos a hablar de eso. De lo que nadie sabe. De lo que nos seguimos preguntando, generación tras generación.
            ¿Marilyn Monroe fue asesinada? ¿Qué querían expresar nuestros antepasados con las pinturas rupestres? ¿Cuáles son las palabras que dijeron los astronautas en la primera misión a la Luna que no se oyeron en la Tierra? ¿El alma de verdad pesa 21 gramos?¿Qué son los quipus? ¿Qué dice el apocalipsis de San Juan? Como éstos hay más cien enigmas que se plantean en este libro y, ojo, no todos tienen solución, pero el autor tiene la virtud de exponerlos y compartir cuáles son los datos que tenemos disponibles, pero no se moja, por lo que deja que sea el lector el que llegue a sus propias conclusiones. Fíjese qué responsabilidad: que el receptor valore la información y decida qué cree y cuál es su postura. Cada tema es como un fogonazo que nos deja pensativo, con la mente a mil revoluciones y deseando que alguien, quien sea, nos dé la solución a los misterios.
            Grandes enigmas y misterios de la Historia, que ya va por la segunda edición, está pensado para el gran público: capítulos cortos, un lenguaje claro, directo y sin demasiadas complicaciones, y temas que son muy efectistas y en los que caben desde algunos pasajes bíblicos a batallas misteriosas, desde personajes que revolucionaron su tiempo hasta obras de arte con mensajes ocultos. Hay temas que darían para mucho más de un par de páginas, pero entendemos que esto es una guía, un aperitivo. Lo mejor (y también lo peor) es que son misterios que nos pueden sonar a todos, como la pirámide de Keops, las gigantescas cabezas olmecas o la energía de Stonehenge. El próximo reto es que el autor investigue más y realmente nos deje asombrados ya desde el planteamiento, con hechos que ni nos suenen.
            Entréguense al misterio, convénzanse de que hay cosas que no saben y que nunca sabrán. Este libro es un homenaje a eso, a los grandes secretos de la Historia, a esas sombras que nunca podremos iluminar. El autor ha hecho un trabajo curioso y nos lo ha puesto en bandeja. Grandes enigmas y misterios de la Historia es ideal para desconectar –para pensar en otra cosa, en otros mundos-. Bueno, no. Este título es para que les eche humo el cerebro y para dejarles en un estado catatónico. Bueno, conozcan estos secretos, y tendrán tema de conversación para cualquier cena con amigos. Hagan la prueba.

                                                                                                             Daniel Blanco 

Días sin final


Después de alistarse con apenas diecisiete años en el ejército de los Estados Unidos en la década de 1850, Thomas McNulty y John Cole, su compañero de armas, luchan en las guerras indias y, posteriormente, en la guerra de Secesión. Tras huir de terribles penalidades, estos serán para ellos días llenos de vida y asombro, a pesar de los horrores de los que son testigos y cómplices a la vez. Sus existencias cobrarán una mayor plenitud que peligrará cuando una joven india se cruce en su camino y surja la posibilidad de una felicidad duradera... siempre y cuando logren sobrevivir. La última obra de Sebastian Barry nos lleva por las llanuras del Oeste hasta Tennessee y es una auténtica obra maestra, tanto por la atmósfera que recrea como por su lenguaje. Estamos al mismo tiempo ante una intensa y conmovedora historia de dos hombres y la vida que les toca vivir, y una nueva mirada sobre algunos de los años más fatídicos en la historia de los Estados Unidos.


Todo el mundo habla de este libro. Me llegan recomendaciones desde diferentes puntos, con diferentes voces. Y estoy intrigado. Decían que era la última sensación, que tenía revolucionados a grandes nombres de la literatura –entre ellos, al premio Nobel del año 2017, Kazuo Ishiguro- y que la historia podría recordar a la laureada película Brokeback Mountain. Les hablo de Días sin final, uno de los últimos lanzamientos de la editorial ADN, escrito por Sebastian Barry y ambientado a mediados del siglo XIX en la convulsa Norteamérica, con las guerras indias primero y la Guerra de Secesión después –esas batallas entre los Estados del Norte y los Estados Confederados del Sur, enfrentados por el futuro de la esclavitud; los primeros querían abolirla, los segundos, no. Y en este paisaje bélico, tenemos a dos protagonistas, dos jóvenes, soldados, valientes y enamorados que tienen un único objetivo: ser un poco felices.
             Empecemos a dejar algunas cosas claras. Días sin final no es una historia de amor. Días sin final tampoco es una historia bélica. Días sin final no es una novela al uso. O quizás lo es todo a la vez. Les ubico: cuando conocemos a los protagonistas, Thomas y Cole, ellos son ya una pareja que habla con normalidad de sus sentimientos, de que se van a los barracones a follar, de que se echan de menos desesperadamente. No hay novedad ni asombro en este hecho. Es más, en la primera parte de la novela, su relación queda casi relegado a un segundo plano por los conflictos bélicos. Se habla de las bombas, de las estrategias militares, del sufrimiento de los pobres jóvenes obligados a alistarse en el ejército. Se habla de las matanzas de mujeres y niños, de las enfermedades y del hambre. Y es ahí, en mitad de la muerte y de la destrucción donde brota el amor, como una flor en un estercolero. Por eso insisto en que no es una historia de amor al uso: es una novela sobre la universalidad de los sentimientos, sobre la valentía y el deseo, sobre el amor como excusa para sobrevivir. Tiene Días sin final grandes aciertos y, sobre todo, escenas muy ilustrativas con respecto a algunas costumbres de los Estados Unidos del siglo XIX: los hombres que, para entretener a otros hombres, se disfrazaban de mujer y actuaban delante de ellos. Y era normal. Y estaba aceptado. O los blancos que se pintaban de negro para hacer comedia sobre los esclavos: estos espectáculos se llaman Minstrel.
            No es una novela fácil. Me explico: en un mercado saturado de historias ligeras, el autor tiene una apuesta clara, que no es otra que la de narrar con calma, que la de contarnos con detalle todo lo que ve, que la de sustentar la narración en la descripción. Los diálogos están casi reducidos a lo mínimo. No cae en lo fácil de la acción, ni en darle al público giros ni efectos. La prosa avanza con serenidad, es lenta, se recrea en las cosas pequeñas. Y una decisión curiosa: el narrador se muestra a veces bastante torpe, quizás porque es uno de los soldados el que narra la historia. Y, fíjense, que teniendo elementos muy llamativos al alcance de la mano, prefiere tirar por el camino más difícil, menos efectista, más sobrio. Quizás al principio cueste coger el ritmo, pero uno se acostumbra a la ruda delicadeza del señor Barry.
            Hay tiempos tan felices que parecen que van a durar siempre. Hay etapas en la que no nos atrevemos a pedir nada más y que parecen que no van a acabar nunca. Días sin final cuenta precisamente eso: dos jóvenes en un escenario de guerra, de muerte y de dolor a los que salva el amor. Y ahí están los dos: admirándose, echándose de menos, defendiéndose. Porque en la debilidad sale el amor. Y el lector se da cuenta de que no hacen falta escenas dramáticas ni grandilocuentes promesas  porque lo importante se demuestra en los pequeños hechos, en los gestos cotidianos. Días sin final es una experiencia nueva, valiente, complicada a ratos. Atrévanse.
 
                                                                                                        Daniel Blanco.